viernes, 11 de diciembre de 2009

Repugnante

Cantaba el poeta que nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar de consumir; allí los ríos caudales, allá los otros medianos y más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos.
La muerte, esa señora blanca, muy más que la nieve fría, otorga el mismo trato a todas las almas que recolecta. Sin embargo, no todos los muertos parecen valer lo mismo. La muerte se viene tan callando que apenas nos enteramos de a quién se lleva.
Toda esta reflexión la hago a cuenta de las últimas noticias que llegan desde Irak, más de un centenar de muertos y cientos de heridos en un atentado. De aquellos barros vienen estos lodos. Lo que un loco empezó por un puñado de almas, la negra parca lo continúa con otras tantas. Esa parca, que no es más que la prolongación de la sombra de una forma de hacer política que acaba de recibir hace bien poco el premio nobel de la paz, (en minúsculas).
Ya no cuento los cadáveres que deja a su paso aquella barbarie, pero me molesta mucho que los muertos valgan más según de donde sean. A los pobres fallecidos en el atentado de las torres gemelas les han erigido multitud de monumentos, en formas muy diversas. Pero, y a todos estos miserables que siembran los campos de Irak de abono humano, a esos quién los recuerda, ¿una noticia que se dice casi de pasada? Es repugnante. A estos no les llega la muerte tan callando, es apenas un susurro en una barahúnda.
¿No les hacemos programas especiales? Y para qué dirán, si a nadie le causa el menor impacto, lo ven demasiado lejano. Son capaces de estar tristes días por algún percance de su perro, pero incapaces de sentir más que unos minutos de pena por esas almas impías. Repugnante.
Mientras, Obama recibe el premio de la paz defendiendo la necesidad de las armas. Repugnante. No era de los ilusos que veían en este presidente, lo suficientemente negro para que lo quieran las minorías y lo suficientemente blanco para que lo quieran las mayorías, a un adalid de nada, y no me voy a equivocar, será uno más; eso sí, con un aparato propagandístico enorme.
Los creyentes pensarán que todos los fenecidos que causan estos locos estarán en un lugar mejor, ilusos. Como yo no creo en nada, y por lo tanto no los veo en un lugar mejor, sino en el vacío del silencio, me limitare a despedirme con una frase de película en su nombre dedicada a los responsables directos e indirectos de tanto sufrimiento: Yo os maldigo. os maldigo a todos.

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